sábado, 27 de noviembre de 2010

Oporto: otra ficción

Hace algo más de dos años me fui de viaje una semana a Oporto con un casi completo desconocido y, de mutuo acuerdo, decidimos no quedar previamente ni para tomar un café y encontrarnos por primera vez en la cola de facturación del aeropuerto. Ese día, imbécil de mí, se me ocurrió ponerme unas botas con hebillas de metal por lo que me obligaron a descalzarme en los controles mientras el desconocido “ya conocido” sonreía irónicamente pensado “ésta no ha montado en avión desde el 11S”.
Las pocas personas que supieron dónde y con quién estaba se pasaron la semana llamándome todos-los-días por teléfono para asegurarse de que aún no me había convertido en un cadáver tirado en una cuneta.
Recuerdo que me llevé una maleta pequeña de esas de ruedas y que las ruedas acabaron destrozadas de tanto arrastrarlas por esas calles de empedrados imposibles y cuestas agotadoras. También recuerdo que una noche dormí en una pensión de lo más decadente, al lado de una calle en obras y que el ruido era tan infernal que tuve que ponerme, literalmente, a contar ovejas para intentar dormir.
En medio de la semana, decidimos coger un tren de cercanías para pasar un par de noches en Aveiro y, en mi memoria, Aveiro, al que llaman - con cierta ostentación- la Venecia Portuguesa, es un pueblecito con cierto encanto pero muy triste donde sólo hay pastelerías, restaurantes con manteles de cuadros blancos y rojos, demasiados gatos por la calle y muchas pescaderías sin peces. Me reí mucho cuando la dueña del hostal nos preguntó que si en España ese día también era 16 de febrero.
Lo que nunca le dije a nadie es que mi casi único motivo para viajar a Oporto era conocer la Librería Lello, una de las más hermosas del mundo y , probablemente, la más hermosa de Europa.
Regresé a Madrid un viernes y, a partir de ese mismo día, las chicas y yo teníamos reservado un fin de semana rural y no podía perdérmelo, así que me fui directamente del aeropuerto a la calle donde tenía aparcado el coche, me reuní con ellas y conduje hasta Ávila con una rueda desinflada.
Cuando llegamos a la casa me di cuenta de que toda la ropa que llevaba en la maleta estaba sucia.




lunes, 22 de noviembre de 2010

Puedo

Puedo esperar por ti las noches blancas,
todas las noches con mi lluvia a cuestas,
los días y sus sombras,
lo que nunca sucede.

Puedo quedarme sola y frágil
en esta cama llena de silencio
y no quejarme nunca
-porque sólo se queja el que no elige,
el que no cree en nada-.

Yo puedo estar aquí toda la vida,
distraída en mis cosas,
dispuesta a abrir las piernas cuando llegues,
compartida y servil
aun sabiendo que afuera existen otros mundos,
otras formas de olvido,
otras bocas que rezan plegarias en mi nombre

pero nada que pueda compararse a tu rayo,
a este temblor que me sucede adentro
cuando inundas mi piel,

puro grito tu voz sobre mi vientre,
charco que se vacía en tu sonido.

viernes, 19 de noviembre de 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010

Otra verdad

Los días siguen recorriéndote
con su lengua de nieve
y de nada te sirve este instante que soy,
este jardín de invierno.

No es mi misión salvarte,
no soy de esas mujeres que lavan las heridas.
Yo prefiero el dolor,
la llaga abierta,
la verdad que se intuye en un desnudo.

No te sirvo de nada,
no se cumplen en mí tus otras noches,
aquello que perdiste,
la vida a secas.

Tampoco tú me sirves.
No pude hallar en ti la sal perdida,
la inicial de mi calle,
ni lo que el tiempo hizo con mi rostro.

Y de nuevo un milagro que se rompe,
una nueva razón que se destruye,
otra sombra sin párpados,

la luna
y yo dormida sobre flores muertas.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La carta final (1987, Gran Bretaña)

Helen, una escritora neoyorquina envía una carta a una pequeña librería de Londres pidiendo varios clásicos de la literatura inglesa difíciles de encontrar. Frank , un reservado librero inglés, contesta a su petición, con lo que comienza una correspondencia divertida y conmovedora que se extiende a lo largo de dos continentes y dos décadas.

No te la debes perder si te gustan los libros y las librerías, sobre todo las librerías de viejo. Es divertida, tierna, "emociona" y, además, cuenta, con el aliciente de oir a Hopkins recitar este maravilloso poema de W.B.Yeats:

Si tuviera los mantos bordados del cielo,
tejidos del oro y la plata de la luz.
Los mantos azules, oscuros y negros del cielo
de la noche, de la luz y la media luz
desplegaría los mantos bajo tus pies:
pero siendo pobre no tengo más que mis sueños;
he desplegado mis sueños bajo tus pies;
pisa suavemente… porque pisas mis sueños.


Had I the heavens' embroidered cloths,
Enwrought with golden and silver light,
The blue and the dim and the dark cloths
Of night and light and the half-light,
I would spread the cloths under your feet:
But I, being poor, have only my dreams;
I have spread my dreams under your feet;
Tread softly because you tread on my dreams.



W.B.YEATS


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Otro libro fetiche, no son tantos...


...Entonces él extendió los dedos helados en la obscuridad, buscó a tientas la otra mano,y la encontró esperándolo. Ambos fueron bastante lúcidos para darse cuenta, en un mismo instante fugaz, de que ninguna de las dos era la mano que habían imaginado antes de tocarse, sino dos manos de huesos viejos. Pero en el instante siguiente ya lo eran. Ella empezó a hablar del esposo muerto, en tiempo presente, como si estuviera vivo, y Florentino Ariza supo en ese momento que también a ella le había llegado la hora de preguntarse con dignidad, con grandeza, con unos deseos incontenibles de vivir, qué hacer con el amor que se le había quedado sin dueño.

Fragmento de El amor en los tiempos del cólera (Gabriel García Márquez)

martes, 9 de noviembre de 2010

Chefchaouen

Hoy me gustaría estar en Chefchaouen, sentada en una de las terrazas de su plaza viendo la vida pasar mientras alguien me recuerda que la prisa mata. O paseando su Medina azul y blanca llena de especias, telas, baratijas.... O tomando un té en una de sus azoteas mientras me cobija tan sólo "ese cielo protector"... Sería feliz, creo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Cuestión de fe

Hace años vi una película basada en un cuento de García Márquez de la que no recuerdo ni el título, sólo sé que algunos detalles de la historia se me quedaron grabados y ahí siguen, desde entonces.

Contaba la historia de una prostituta -prostituta por obligación no por devoción- a la que la vida, la gente, no paraba de darle palos. Al final, después de un engaño escalofriante, brutal, cuando parece que por fin ha aprendido a protegerse y a desconfiar, se le presenta una nueva oportunidad de creer en alguien, en algo, y se intuye que va a volver a entregarse de cabeza porque , "a pesar de" , su fe en la gente, en el mundo, es como una enfermedad incurable.

Creo que yo soy un poco así.